Tuesday, September 9, 2008

Zero grados

Ilusionados y contentos íbamos en nuestro taxi todo terreno en dirección al lago Chandretal. No sabíamos que esperar. La guía hablaba de comfortables tiendas, aunque la gente nos comentaba acerca de tiendas de 3 en las que dormían 2. Como siempre, todos decían algo diferente.

Tampoco sabíamos nada acerca del tiempo que nos haría allá arriba. Por el momento, en el jeep, hacía calor. Sobretodo porque teníamos que tener las ventanas cerradas, ya que el paisaje estaba cubierto por una nube de polvo de roca que asfixiaba nuestra respiración.

Nuestro conductor, Kimbal, autóctono del Nepal, pero con 22 años aposentado en Tabo, tampoco era de mucha ayuda para descifrar los secretos del lago. En sus 30 años apenas había ido un par de veces, y esta sería la primera que se quedaría a dormir. Al inicio del viaje intenté comunicarme con el escaso hindi que tenía. Ello le hizo gracia, y yo diría que el esfuerzo valió para caerle bien. Tenía mujer y dos hijos, y aparecía un chico sincero, con unos ojos verdes que hablaban al mirar.

Bueno, ahora que lo pienso, la verdad es que no se si tenía 2 hijos, 2 hijas o 1 un hijo y 1 hija. De hecho, no entre en tanto detalle. Es más, tampoco puedo asegurar que su nombre sea Kimbal, ya que a los pocos minutos ya se me había olvidado. Pero sonaba a algo así.

En definitiva, diría que se estableció una sincera relación conductor-pasajero, en el que él se debía a nosotros, pues nosotros pagábamos y seguro que esperaba una propina, y nosotros nos debíamos a él, pues nuestras vidas dependían de su conducción.

Después de algunas paradas para fotografiar el pueblo de Ki, asentado en las escarpadas montañas de Spiti, algunos paisajes que es su momento consideramos interesantes y un enorme Gompa rodeado totalmente por banderitas tibetanas, hasta tal punto que casi ni se apreciaba desde afuera, cogimos el desvío hacia el lago.

Y aquí es donde destaca la diferencia entre viajeros de diversas nacionalidades. Los checos que recogimos en Ki para llevarlos a Kaza nos ofrecieron 100 rupias por el favor. Dinero que no aceptamos. En dirección al lago recogimos a 3 israelitas que las estaban pasando canutas para llegar al mismo destino. Una de sus mochilas se había roto y todavía les quedaban unas horas por llegar. Estos nos dieron las gracias y un ¨Nos vemos en el lago.¨ Ni eso. ¿Cuestión de nacionalidad o personalidad? Lo dejo a juicio del lector. Aunque añadiré un dato más. A la hora de cenar conocimos, metidos en una tienda oscura, en la que apenas veías lo que te metías en la boca, a dos hindús y una alemana que estaba afincada en Barcelona. Por la mañana nos pidieron que los llevásemos a Battal, pueblo cercano de paso a Manali que apenas consistía de un restaurante y un par de chozas. No nos ofrecieron dinero, sino algo más occidental, nos invitaron a cenar esa misma noche en Manali.

En fin, fuera de personalidades, nacionalidades, estilos y formas, estábamos en el lago. Así a primera instancia, nos dicen que estamos en un lago del Pirineo, y me lo creo. Era tan insuslo lo que veíamos, que la proposición de Jordi de rodear el lago caminando no me hacía ilusión. Así que algo dubitativo, cogí la cámara pero dejé el trípode. El lago tiene una forma ligeramente ovalada. Nosotros quedábamos a una de las puntas. Al llegar al otro extremo mi opinión cambió drásticamente. Se extendía ante nosotros un valle a cuyo fin se apreciaban majestuosas montañas de picos nevados. Los glaciares iban brillando con más o menos intensidad a medida que las nubes pasaban y dejaban paso a los rayos del sol poniente.

Pero si esa imagen ya la encontraba espectacular, más aún me iba a sorprender la que tenía por descurbir. Al finalizar mi sesión fotográfica valle adentro, me di media vuelta hacia el lago, ahincado entre montañas y colinas, y vi asomarse un pico nevado. Mis ojos brillaban, abiertos de par en par, espectantes, como a sabiendas de lo que estaba por venir era todavía mejor que todo lo que había visto hasta la fecha. Me fui moviendo hacia el lado opuesto del camino por el que habíamos llegado. El pico se hacía más visible, y la vez, sin que nadie los llamara, aparecían, como un ejército, una cordillera de picos, nevados, no nevados, brillantes y ensombrecidos. La estructura de nubes también ayudaba a la formación de rocas a engrandecer su noble y portentosa visión. Mi cuerpo estaba excitado, el click de la cámara no paraba de sonar. Atrás quedaban los males estomacales, las interminables horas de bus, los cuerpos cansados. Esa sola imagen era una dosis de vitalidad que nos iba a servir más adelante, pues no teníamos ni idea de lo que estaba por venir.

El frío nos acehcó sin previo aviso. El sol todavía no se había puesto y ya estábamos acurrucados en los sacos de dormior que nos proporcionaban. Por cierto, que las tiendas de 3 en las que dormían 2, eran realmente "comfortables tiendas" tal y como nos indicaba nuestra inestimable guía, la "Lonely". Cubría toda la tienda una gruesa manta sobre la que reposaban los sacos de dormir y una manta extra que no dudamos en usar.

Aún con problemas estomacales y con muy poca disposición por salir de la tienda y cruzar los 100 metros que nos separaban de la tienda para evacuar nuestras necesidades, la llamada para cenar no fue de nuestro agrado. Y aún así, hicimos el esfuerzo, aunque sólo comimos arroz y chapati.

El toque de queda fue temprano, tempranísimo. Sin luz y con demasiado frío para cualquier actividad, indios, alemana y servidores nos retiramos a nuestros aposentos para caer dormidos a eso de las ocho. Y sin quererlo, la necesidad surgió a eso de la una. Por fortuna, el viento había dejado de soplar y decidí ir a por una meadita. El frío no resultó tan impactante como se preveía, y el manto estrellado proporcionaba una calidez, más de espíritu que de cuerpo.

Y pensando que ya lo habíamos visto todo, aunque algo expectantes por ver el amanecer, salimos de la tienda para ver un espejo que reflejaba con intensidad las montañas de alrededor. Pero no duró mucho. El viento también parecía despertar y empezaba a enturbiar la tranquilizadora visión.

Así que hechas las mochilas, dos indios, una alemana, servidores y nuestro conductor nepalí, dispusimos rumbo a Battal para una rápida parada de desalojo. Y hechas las despedidas nos dirijimos a Manali.

Todo iba sobre ruedas, hasta que el traicionero camino enfangado nos jugó una mala pasada. Fue en una curva cerrada que nuestro conductor había tomado abierta. Al querer incorporarse a su lado, hacer mención de carriles parece absurdo, las ruedas traseras resbalaron y el jeep que venía de frente nos golpeó. Una pequeña abolladura y el parachoques suelto fueron nuestros daños. Al otro jeep se le rompió la luna de una de las luces.

El problema de los accidentes en la India, no es tanto la parte económica, es la agresividad con la que se lidian. Más de una vez, sobretodo si el accidente es grave, o no se llega a un acuerdo, llegan a convertirse en auténticas batallas campales, en las que el culpable, y en más de una ocasión, los ocupantes del vehículo, acaban linchados por la masa de espectadores.

Pero nuestro accidente no llegó a palabras mayores y con un conductor algo mosqueado, pues acababa de perder su sueldo en lo que suponía la reparación de la abolladura, conseguimos llegar a nuestro destino, Manali.

Y si bien nuestra primera llegada al pueblo del vicio había supuesto nuestra caída a manos de un virus, albergábamos la esperanza que nuestro regreso supusiera nuestra recuperación.

3 comments:

Anonymous said...

No has estat molt pels pirineus tu...insulso??mhas ofes i molt!!! kaguntoot Erik, has de marxar fora per apreciar la natura tu...

Anonymous said...

jajajajaja, los Pirineos era un simple ejemplo. Podia haber dicho las rocosas, o los alpes, jajaja

Anonymous said...

iaaa iaaa ara disimula!