Wednesday, September 17, 2008

Sin Novedades

Rishikesh tiene la fama de ser el centro mundial del Yoga. Lleno de Ashrams donde realizan dicha práctica, también existen cursos de meditación. Pero para las almas más intranquilas, también hay actividades como treking y salidas en kayak y rafting por el portentoso Ganges.

Nosotros estábamos exentos de tales necesidades. Era momento de relax, y con esa filosofía pasamos muchas horas en nuestro comfortable porcho, en el restaurante del hostal o en un bar con vistas al río y un puente peatonal, la mar de concurrido, no sólo por peatones, sino por motos, monos, vacas y alguna mula despistada.

Pero no vaya a pensar el lector que no movíamos el culo de un asiento. Hicimos nuestras cosillas. Aunque también he de advertir, que Rishikesh tiene fama de fustrar las actividades en las que uno se embarca. Como ejemplo, expondré el caso de un grupo de personas que se decidieron un día, hartos de horas y horas de no hacer nada, en irse en busca de unas cataratas. Yo me encontraba entre este grupo de personas, aunque la fustración me llegó a los 20 minutos, momento en el que estaba sentado comfortablemente leyendo un libro. Al cabo de una hora de mi regreso, o quizás algo más, volvían sudados y cansados uno a uno, fustrados, pues no habían alcanzado su objetivo.

A nosotros nos iba a pasar algo parecido. Un día fuimos en busca, también, de unas cataratas. Eran otras, en teoría fáciles de encontrar. Más de uno había llegado. Caminamos y caminamos. Y después de mucho caminar, llegamos a lo que parecía una pequeña cascada. Jordi, revuelto entre una mezcla de desilusión e indignación, desestimó sacar fotos del lugar. Yo me animé a practicar con mi cámara, pues había poca luz y podía conseguir el efecto espumoso del agua que estaba empeñado en fotografiar. A la vuleta nos paramos en un dhaba (dígase de un restaurante de carretera en el norte de la India) a comprar agua, donde el señor nos explicaba que las cataratas estaban montaña adentro. Nuestra inestimable guía, la "Lonely", podría haber dado alguna indicación al respecto.

Más tarde, ese mismo día, optamos por entrar a un templo con las chancletas dentro de la bolsa. Pues tampoco, se tenían que dejar en el "guarda-chancletas", a lo que nos negamos, todavía no se porque, pero a mi me ralla dejar las chancletas fuera de mi alcanze. No me imagino caminando por las sucias calles indias descalzo todavía. Al fin y al cabo, más de un Hindú me había aconsejado nunca dejar las chancletas fuera y siempre llevarlas encima.

Con dos intentos fustrados, nos dirijimos en búsqueda del Ashram donde lo Beatles se habían hospedado en una ocasión. Un conocido me lo había aconsejado y decidimos probar suerte. Al llegar, la entrada estaba cerrada. Y como desde afuera no impresionaba el lugar, nos negamos a pagar las 100 rupias que nos pedía un individuo que llegó de la nada y que tenía las llaves que daban acceso al recinto. Lo que mi conocido no me había explicado era que podías entrar por el lateral, trepando por las rocas. Parece demasiado esfuerzo igualmente.

Ibamos de fustración en fustración, aunque nada fustrados. Así que decidimos ir a ver una pooja que se celebra cada día en uno de los templos de Shiva. La pooja la organiza un Ashram, que se hace cargo de los gastos generados por dejar tus chancletas en el "guarda-chancletas". Y esta vez, sí decidimos entrar. El ghat tiene 3 formaciones de escaleras principales. La central, de cara a una enorme estatua de Shiva, estaba ocupada por jóvenes aprendices vestidos de naranja y amarillo. El resto estaba ocupado por turistas y creyentes. Con música y cánticos se llegó al momento cumbre, en el que todos se levantarón y se dirijieron, lo máximo que les permitía la muchedumbre, hacía el río para hacer ofrendas de flores y tocar el fuego sagrado que emanaba de un candelabro que parecía ir de mano en mano. Yo me dediqué a hacer fotos, sin mucha fortuna, al ser empujado, de un lado a otro, por la multitud, con muy poca luz, pues ya había anochecido, y más preocupado por no caer dentro del río o resbalar al suelo cubierto por fría agua del rápido Ganges. Una escena intensa y activa, muy distinta a la que había presenciado en Varansi, la cual me había parecido, eso sí, más espectacular.

Esta ceremonia y un aterdecer que habíamos presenciado a orillas del río parecía ser lo más fructífero que habíamos hecho en Rishikesh, pero yo me quedo con la sensación de relax que siempre me ha aportado este singular espacio de la tumultuosa India. Unas sensaciones que resultaban exquisitas para mi cuerpo.

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