Sunday, August 31, 2008

Por la Izquierda

La habitación en Delhi consistía de una cama doble enganchada a un lado de la pared, una mesita de noche, un espejo, una silla y un ventilador que chirriaba con cada vuelta. Tal y como me había ido a dormir la noche anterior sólo podía despertarme por el lado derecho de la cama. Consecuentemente, el primer pie en pisar el suelo debía ser el derecho. Pero por algún extraño motivo, debí poner el izquierdo, o de lo contrario no sabría explicar la mala suerte que se nos iba a hechar encima.

La fortuna de las primeras horas no hacían más que enmascarar los duros acontecimientos que tenían que llegar. Había ido a buscar a Jordi pensando que mi móvil no funcionaba pues no tenía saldo y si había algún problema no podría contactar conmigo y nuestro encuentro se complicaría bastante. Pero todo fue sobre ruedas. Llegué al aeropuerto y Jordi ya me estaba llamando para saber donde estaba, y a pesar que gasté 60 rupias inutiles para poder entrar dentro de la terminal para buscarlo, cosa que no llegué a hacer, pues él ya venía en mi busqueda al verme en la distancia, todo parecía indicar un buen comienzo.

La idea era coger un autobus de 14 a 16 horas en dirección a Manali el mismo día de su llegada. No queríamos perder tiempo en la capital. Estabamos ansiosos de verdes colinas y escarpadas montañas en los Himalayas. Así que yo había reservado dos asientos en un autobus en el que íbamos a ir apretados, incomodos y, muy probablemente, muertos de frío. Y todo por el módico precio de 400 rupias. Jordi pensaba de otra manera. No le apetecía ni una pizca dichas condiciones después del viaje en avión. Así que tuvimos que probar suerte en cambiar el billete a por otro en un autobus con aire acondicionado, un Volvo, el lujo del lujo en la India. Y todo volvió a salir sobre ruedas. Es más, en vez de 500 rupias de más, que era el precio que me habían indicado para dicho autobus el día anterior, sólo tuvimos que pagar 400. Así que esperabamos un viaje placentero, en el que nos deberían proporcionar una mantita, un botellín de agua y la comodidad de no notar tanto el tamboleo producido por las cerradas curvas de montaña y los socabones de las deplorables carreteras Indias.

Pintaba todo de maravilla, hasta que empezaron los inconvenientes. Si ya lo digo yo, no te puedes fiar hasta que no llegas al final. La India esta llena de imprevistos y nosotros nos veíamos otra noche en Delhi.

Resulta que el autobús en el que nos querían meter era de las características del primeo que había reservado. Así que después de jugarme la vida un par de veces cruzando una calle de 4 carriles con coches, rickshaws, autobuses y motos a toda pastilla que lo último que tienen en cuenta es al peatón, nos convencieron para que nos metiéramos en susodicho autobús destartalado, con la promesa de que en media hora cambiaríamos al preciado Volvo y que tan justamente nos merecíamos, pues habíamos pagado su precio.

Despúes de horas de espera en diferentes puntos de Delhi y de ver pasar bus tras bus en la misma dirección que nosotros, con la mente puesta en que pasaríamos otra noche en la capital, nos metieron, diría yo, en el que parecía el último Volvo disponible hacía Manali. Era Volvo sí. Notamos el aire acondicionado nada más entrar, a eso de las siete y cuarto de la tarde, con el día a punto de convertirse en noche. Pero ni manta ni agua de bienvenida. Es más cuando pedías que bajaran el aire acondicionado o solicitabas una manta, o te ignoraban o emitían un ruido parecido a un gruñido. Así que, mientras Jordi iba preparado con ropa de abrigo en su mochila de mano, mi fiel compañera, la cámara apenas me daba espacio para una térmica de manga larga.

Todo ello supuso un viaje largo y agotador en el que apenas pude dormir por el frío. Anhelaba las paradas para poder salir de ese congelador de 800 rupias. Hubiese ido en el destarlado, me hubiese preparado adecuadamente. Tendría a punto hasta mi recién llegado adquirido saco de dormir, por si las moscas. Pero con el Volvo a la vista, me había confiado, y no sopesé adecuadamente las variables.

A pesar de todo, al cabo de 20 horas de viaje, llegamos ambos de una pieza y sin síntomas de congelación a nuestro destino, Manali. Pero si el lector piensa que la mala suerte se había acabado con la llegada de nuevos horizontes, se equivoca.

De las opciones que nos presentaba la guía optamos por probar suerte en el Jungle Bungalow, cerca de vieja Manali. Y sin mucha fortuna, pues el hostal estaba lleno, acabamos metiéndonos por un caminito enfangado siguiendo a una señora que nos ofrecía alojamiento en el Up Country Lodge. Y he de admitir, que a pesar de la lejanía, el camino traicionero, y de que no se oía un alma, fue la mejor decisión en horas. Esa, y la de no comer en el trayecto de bus, pues resulta que tras nuestra llegada nos esperaba una sorpresa.

Primero Jordi y horas más tarde mi persona. Caímos en las manos de esa despreciada palabra llamada diarrea. Ya sea el agua del hotel de Delhi o la comida del mediodía en la misma ciudad debían ser los causantes. Al ver los síntomas de Jordi, yo estaba confiado que a mi no me podría pasar, al fin y al cabo llevaba casi 10 meses en la India. Cuan equivocado estaba.

Y así, la mala suerte que comenzó en Delhi, nos había seguido hasta las montañas, a 2.000 metros de altura. Y pasamos las próximas 18 horas en cama, con salidas esporádicas e imprevistas al lavabo, que por fortuna se encontraba dentro de la habitación. Pero a pesar de nuestra circunstancia, esperabamos un giro en los acontecimientos y algo de suerte para poder seguir nuestras aventuras por las montañas.