Thursday, September 25, 2008

Ultima Estación: Varanasi

No rickshaw, No change, No boat, No drugs, No thankyou.

Una ciudad de vida, de aprendizaje, de muerte. Y muertos de cansancio habíamos llegado tras 23 horas de tren. Salimos de Haridwar pensando que llegaríamos a media mañana. En el tren nos notifican que a las cinco de la mañana. Más tarde a las cinco de la tarde. Y nuestra inestimable guía, la ¨Lonely¨, indicaba que el viaje duraría 18 horas. No teníamos ni idea. El tren paraba en cada estación con 4 chozas. Paraba en medio de la nada a la espera que pasara uno, dos o tres trenes. Y con la desesperación al límite llegamos, sin saber que la llegada al Hotel Alka también resultaría desesperante. Después del rickshaw caminamos y caminamos y parecía que estábamos dando vueltas y vueltas por callejones oscuros, sin saber si lo que pisábamos era caca de vaca, fango o a saber qué.

En el hotel nos esperaba una pareja amiga de Jordi con la que pasamos los dos siguientes días. Yo apreveché la circunstancia para despertar más tarde y dejar a mi compañero de viaje bien acompañado perdiéndose por las intrincadas callejuelas de la ciudad sagrada. Su paseo les había llevado al crematorio principal de la ciudad. En Varansi, la gente va a morir. En los dos crematorios se queman los muertos a ojos de todo el que esté presente, y sus cenizas se tiran al río sagrado por algún miembro de la familia. Pero no todos pueden ser incinerados. Leprosos, niños, mujeres embarazadas, saddhus y animales se encuentran en esta lista. Los troncos de madera se transportan de otras partes de la India, ya sea por carretera o por río. El kilo está a unas 100 rupias. Y los 3 cayeron en la trampa de pagar 7 quilitos de madera, para lo que creían iría a parar a una señora mayor que les bendeciría.

La trampa va de la siguiente manera. Al acecho de los turistas perdidos alrededor del crematorio hay unos chavales que te meten en un edificio adjunto prometiéndote una completísima explicación de todo el proceso y unas vistas inigualables. Y ciertamente te dan una amplia explicación con muy buenas vistas. Y aunque la fotografía está vetada, insinuan que se puede hacer alguna foto si eres periodista o vienes de parte de alguna revista. No parece que pidan acreditación alguna. Después te piden que des una donación, es decir, que compres algún quilito de madera, pues se necesitan 200 para quemar a un muerto. A cambio de la donación, una señora, ya encorvada por la edad, te da una bendición, haciendo gestos en tu cabeza mientras balbucea algo en hindi.

Yo también caí en la trampa en mi primera vez en la ciudad, pero por fortuna sólo llevaba encima 30 rupias. Ante tal fechoría, como podía ser que un turista llevara encima tan poca cantidad de dinero, la señora pilló un cabreo de mil cojones y no quería el dinero. Y aunque los chavales que te dan la explicación insistían en que cogiera la escasa suma de dinero, me quedé sin bendición.

Pero aparte de la trampa, en la que puedes caer, o no, el crematorio supone uno de los lugares que más impacta al espectador. Las escenas pueden resultar mórbidas, desagradables, de mal gusto, para el pensamiento occidental. Para mí, las imágenes resultaban estériles. No inflingían ninguna sensación, ni positiva ni negativa. Y me impactaba más el ajetreo de los ghats que las escenas de los familiares tirando los restos sin quemar de sus seres queridos al río.

Pero las lluvias monzónicas habían engrandecido todavía más el majestuoso Ganges, cuyas rápidas aguas anegaban de fangos los ghats, y la vida, tal y como yo la había conocido 5 meses atrás, no se desarrollaba de la misma manera. Parecía perder todo el carisma que tanto me había atraido de esta ciudad sagrada. Así que, en vez de caminar a orillas del río, con niños vendiéndote postales, hombres afreciéndote paseos en barco, saddhus contemplativos hablando con turistas, mujeres lavando la ropa, y la gente y los búfalos dándose refrescantes sendos baños, caminábamos por el laberinto de calles que conforman el casco viejo de la ciudad, con sus tiendas de música, ropa, comida, instrumentos musicales y decorativos, restaurantes, internet, agencias de viajes y templos. La marabunta de gente que forma parte de la ciudad inundaba las calles, dificultando el paseo y ofreciéndote de todo, visitas a la zona musulmana donde se confeccionan los tejidos de seda, famosa de Varanasi, paseos en barco, drogas y todo el sinfin de productos que ves en las diversas tiendas.

Los paseos eran largos y agotadores. El sol no perdonaba cuando aparecía, y la humedad se hacía irrespirable. La calle principal, sin ningún tipo de protección y con conductores de rickshaws molestándote a cada paso, era la más insufrible. Y en uno de estos momentos en que no sabes que hacer, nos metimos en el área musulmana, sin guía y sin intención de que se nos acoplara uno. Y para mí, resultó una experiencia muy gratificante observar a los fabricantes de telas mostrarte su trabajo con una sonrisa de oreja a oreja. Expectantes por si comprabas algo, curiosos porque no ibas acompañado de algún indio que se querría llevar comisión y orgullosos de su labor. Pero nuestra visita había causado revuelo en todo el vecindario. La gente se asomaba por las ventanas para vernos pasar y decirnos Namaste. Los niños nos seguían anunciando con sus gritos nuestra llegada allá por donde pasábamos. Y nosotros y ellos reíamos contentos y alucinados. Nosotros por el revuelo que estábamos causando y ellos de que paseasemos por sus calles.

A los dos días de nuestra llegada decidimos tener un temprano despertar para aventurarnos en un paseo en barca y ver el liláceo amanecer de la ciudad sagrada. El paseo en sí no impactaba demasiado, ni en esta ocasión ni en mi primera vez. Y la oportunidad de fotografiar la vida de la ciudad se había reducido notablemente con el río desbordado impidiendo el multitudinario baño matutino que había podido observar con anterioridad. En esta ocasión, había convencido al resto de los ocupantes a acercarnos al otro lado del río. Las historias que salían de tal lugar resultaban todavía más mórbidas que las del crematorio. Pero nuestro paseo sólo llego a una isla de fango que se formaba a medio camino entre una orilla y la otra. Nos ofrecieron explorar a pie, pero ninguno osó poner los pies en el río, que a esas alturas ya cargaba consigo un elevado grado de contaminación. Y sin ni siquiera una vista espectacular de la ciudad, dimos media vuelta, disfrutando a ratos de la lejana imagen de delfines asomándose a la superficie. Que si todavía quedan delfines, igual el río no está tan contamiando como parece.

El conductor del barco, que balbuceaba un inglés incomprensible, recibió una propina demasiado generosa, y nosotros nos quedamos con una ligera sensación de insatisfacción. Aun así, yo había disfrutado de la matutina sesión fotográfica en las que había vuelto a darle utilidad al trípode que tanto espacio ocupaba.

Y tras un par de días de en la que es probablemente la ciudad más sagrada de todo el país, muy anuestro pesar, el protagonista del final del viaje no había sido el paseo en barco, o nuestra aventura con los fabricantes de seda, ni los pesados comerciantes y conductores de la ciudad. Fueron nuestras heces. Jordi y yo ya respirábamos con tranquilidad pensando que estábamos al menos un 90% recuperados, y hubiéramos brindado con cerveza de estar permitida en la ciudad. Pero cuando menos lo esperábamos tuvimos una recaida en la que la amiga de Jordi también resultó afectada.

Así que, con tres cuartas partes de la tripulación afectada por las cagarrinas, nuestros respectivos viajes en tren no resultaban apetecibles. Llegaba el momento de salir del país. Jordi de vuelta a su rutina laboral y a mi se me acababa el visado. Y con ello llegaba el momento de la despedida.

Una despedida sin emociones, rápida, seca, previsible de las personas que tienden a buscarse la vida por su cuenta, buscando el cambio cuando la rutina se apodera de ellos, y, aunque con sentimientos, listos para dejar cosas atrás cuando esto ocurre. Y así, sin más, abrazo, gracias, suerte y adiós.

No rickshaw, No change, No boat, No drugs...

...Jordi, Thank You!

1 comment:

xavs said...

M'agrada el canvi que has fet al castellà; m'has fet viatjar per uns moments a la India...