Saturday, September 6, 2008

Un nuevo despertar

Cansados pero satisfechos con las decisiones tomadas, nos fuimos a dormir con la caida del sol, a eso de las siete y media. El día siguiente debía brillar con luz propia. Teníamos una dirección, un propósito y sabíamos como llevarlo a cabo.

Pero no todos los comienzos son ideales. En nuestro caso, implicaba un temprano despertar, que a la hora de la verdad, ese momento en el que estas acurrucado entre las sabanas, en nuestro caso, el saco de dormir, un ojo abierto el otro cerrado y el dedo a punto para volver a apagar el despertador del móvil, esta vez de una vez por todas, sugerió la duda de si seguir con el plan establecido y buscar una alternativa. Pero no, volvimos a superar nuestras flaquezas y nos dispusimos a pasar el día en Tabo. Un pueblo a dos horas en bus de Kaza que alberga el mayor Gompa de la región, unas cuevas que usaban los monjes budistas para medtación y un heliódromo, que supusimos, lo utilizaba el Dalai Lama cuando visita la zona, predominantemente budista.

Nuestros planes se basaban en indicaciones de nuestra inestimable guía, la ¨Lonely¨y en suposiciones. El bus a Tabo, nos habían informado, salía entre las ocho y media y las nueve. Cierto. La ¨Lonely¨nos indicaba acerca de la existencia de un bus que volvía de Tabo a Kaza por la tarde, pero al preguntar en la estación, ya billetes en mano, nos dicen que no hay. Mosqueados por la noticia, vivimos un momento de duda. Vamos y no sabemos si podremos volver hasta el día siguiente, o no vamos, al menos en bus. Decidimos volver a preguntar. Esta vez, sí había un bus que volvía a Kaza a partir de las cuatro, o las cinco, o las seis, o las siete...

Al llegar a Tabo, decidimos volver a preguntar. En la India no hay un número límite de veces para preguntar lo mismo, ya que te acostumbran a dar mil respuestas diferentes. No importa, aunque no lo sepan, te dicen algo, es importante dar una respuesta, implica conocimiento, sabiduría, precísamente, lo que más falta hace. En este caso, por si el espectro de espera no era lo sufientemente amplio, aumento una hora más. El bus ahora pasaba a partir de las tres, o las cuatro, o las cinco, o las seis, o las siete...

Al final, después de varios paseos por el pequeño pueblo, comer unos momos y algo de esperar, el bus pasó a las cuatro y media. Puntual diría yo.

De vuelta a Kaza hice un gran descubrimiento. Los colores del cielo al anochecer eran únicos. Azulados, liláceos y rojizos inundaban nuestras cabezas. La inmensidad visual que observabamos debía ser plasmada en formato digital. Pero antes necesitaba encontrar una ubicación elevada, o al menos eso pensaba en primera instancia, y el rojizo monasterio en las escarpadas montañas de Kaza parecía ser el lugar ideal. Pero más sobre esto en su momento adecuado.

Estábamos contentos con el día y esperábamos más del día siguiente, en el que habíamos encargado un taxi a las seis y media de la mañana para ir a Ki, pueblo en el que cada mañana se celebra una pooja (oración) en el templo budista que data de alrededor del 1000 d.C. Un grupo de israelitas que se quedaban en el mismo hostal que nosotros y que habían viajado en el mismo bus desde Manali, ni cortos ni perezosos, al puro estilo israelí, ya hacían planes para compartit un taxi entre 9, nosotros incluidos. Algo que estaba lejos de nuestras intenciones y que tuvo fácil solución. En el momento en que mencioné la hora a la que ibamos se rajaron todos y cada uno de ellos. Era de suponer.

La ceremonia era relajada, de estar por casa, con los monjes llegando tarde, haciendo bromas, bebiendo té y picando alguna cosilla. A nosotros también nos ofrecieron té, que decidimos tomar por no ser descorteses, a pesar de las consecuencias que podía tener dicho acto para nuestros delicados estómagos. Para Jordi suponía un mayor esfuerzo, pues no le gusa la leche. Pero yo estaba contento con mi chai, hacía días que no tenía uno, y lo encontraba a faltar.

Los monjes también estaban contentos con su té matutino. Iban rellenando sus cuencos sin cesar. En mitad de la ceremonia va y suena un teléfono móvil, a más de 3.600 m de altura. Yo no tenía cobertura y era dudoso que alguien llamara a Jordi a esas horas. Era el teléfono móvil de un monje. Se apresuró a sacarlo de dentro de sus túnicas pero no para apagarlo, sino para contestar. Se puso la manta por encima y, bien cubierto, hizo sus gestiones telefónicas. Como decía, de estar por casa.

De vuelta a Kaza para desayunar, con dos checos de más en el coche, los israelitas no se habían movido del hostal. Una vez desayunados, ya casi las 11, los israelitas seguían sin moverse del pueblo. Y nosotros fuimos a explorar las vistas desde el rojizo templo en las escarpadas montañas que resultaban ser menos espectaculares de lo que pensaba.

También fuimos al río, que pasa zigzagueante por todos los pueblos de la región. No parecía haber un camino claro y en algún momento no sabíamos si llegaríamos o no. Desde el río se podían ver los dos lados del valle, cosa que no se podía hacer desde el rojizo templo en las escarpadas montañas, al estar enfocado río abajo y con la escarpada montaña cubriendo la visión río arriba. Esta factor me hizo pensar en cambiar la ubicación desde donde sacar las fotos del anochecer, y con la duda en la cabeza estuve hasta el último minuto.

Comimos más momos, descansamos y estábamos contentos porque todo salía según lo planeado. Y con esa alegría en el cuerpo nos dirijimos, algo demasiado temprano, al rojizo templo en las escarpadas montañas para nuestras fotos de atardecer. A Jordi le gustaba más el encuadre desde el rojizo templo en las escarpadas montañas y por eso lo escogimos sacrificando las vistas desde el río.

Y no fue la mejor decisión. Los colores en esa dirección no brillaban con la misma intensidad que el día anterior, algo que sí parecía suceder río arriba. Las nubes no ayudaban a brindar la majestuosa visión que habíamos presenciado apenas hacía un día. Y a pesar de ello, no se podía decir que había sido una víspera inútil. A Jordi le pico el gusanillo de la fotografía, todo concentrado con el trípode que le había dejado. Y yo había tenido ocasión de practicar con mi cámara, que falta me hacía, en especial en este tipo de fotografías. Así que resultó una experiencia gratificante.

Y todavía más contentos de lo que nos habíamos despertado, algo ya cansados del mismo paisaje, esperabamos ansiosos el día siguiente, nuestra próxima aventura.

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